Entró en la lista de las candidatas a palabra del año en 2021, aunque finalmente el término vacuna se hizo con esta distinción a cargo de FundéuRAE, Fundación del Español Urgente.

Explicaba entonces esta última que la palabra ecoansiedad fusiona dos realidades que han estado muy presentes en los últimos meses. Por un lado, la preocupación por la crisis climática. Por otro, la salud mental.

Dos años más tarde, lejos de disiparse, la ecoansiedad toma protagonismo, alterando notablemente el equilibrio emocional de las personas.

De hecho, según la Sociedad Española de Epidemiología, la ecoansiedad irá en aumento. Y aunque puede considerarse una respuesta normal ante el cambio climático, podría dar lugar a la pérdida de salud mental y a la aparición de trastornos si llega a cronificarse.

Y es que, no solo quienes están en primera línea de defensa del medioambiente, como activistas o la comunidad científica, son presa de la ecoansiedad. La sociedad en general, y jóvenes y colectivos vulnerables especialmente, sufren este trastorno.

 

Ecoansiedad: mayor impacto en las personas jóvenes

El informe El Futuro es Clima presentado en octubre de 2022 en el Congreso de los Diputados señala que el 97 % de la juventud española está preocupada por la emergencia climática y un 82,1 % ha sufrido ecoansiedad alguna vez.

Los estudios llevados a cabo sobre ecoansiedad y su impacto sobre la salud señalan que esta es mayor en personas jóvenes, más conscientes de la inacción ante la emergencia climática y más sensibles ante la sucesión de situaciones alarmantes.

¿Qué les hemos hecho a los jóvenes? Se pregunta el científico Fernando Valladares en una interesante entrevista el pasado mes de septiembre para Climática con motivo de la presentación de su nuevo libro La Recivilización (Ediciones Destino). Su respuesta es rotunda: les hemos destruido el planeta y arruinado su futuro. Valladares es conocido no solo por su labor investigadora, sino por su compromiso en la protección del medioambiente.

No es de extrañar que hace tan solo unas semanas el secretario general de la Organización Meteorológica Mundial (OMM) hiciese un llamamiento a las personas jóvenes pidiendo calma y argumentando que aún tenemos margen de maniobra.

La ecoansiedad también se abre camino entre quienes sufren de manera directa las devastadoras consecuencias del cambio climático y pertenecen, además, a colectivos vulnerables.

El calentamiento global es causa de múltiples desplazamientos, cerca de 24,9 millones en 140 países durante 2019, según ACNUR, Agencia de la ONU para los Refugiados. Y Unicef cifra más de 500 millones los niños y niñas que viven en zonas propensas a sufrir inundaciones y en unos 160 millones quienes viven en países donde las sequías son cada vez más habituales. Para el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, las y los menores en situación de pobreza serán los más perjudicados por el cambio climático.

Con estas cifras en la mano, es difícil no pensar en la ecoansiedad como un factor de riesgo para la salud mental de millones de personas. Por no hablar del estrés postraumático al que se enfrentan quienes han sobrevivido a catástrofes climáticas, así como de otros factores de riesgo para la salud mental derivados del calentamiento global.

Una vez más, quienes disponen de menos herramientas para afrontar la emergencia sufren en sus propias carnes, y de forma más demoledora, los efectos de un planeta a la deriva. 

 

Consejos frente a la ecoansiedad: una apuesta por la acción

Quienes se dedican a preservar la salud mental ofrecen una lista de consejos para combatir la ecoansiedad:

  •       Canalizar toda esa ecoansiedad de manera positiva. Por ejemplo, involucrándose en acciones para la protección del entorno natural, como activistas. De esta forma, puede alcanzarse un triple objetivo: sentirse parte de la solución y no del problema; permanecer más y mejor informados sobre aspectos climáticos, estrechar lazos con personas que comparten esas mismas inquietudes.
  •       Cuidarse más. Porque alguien que se cuida, física y mentalmente, estará contribuyendo a reducir el impacto de su huella sobre el planeta. Una dieta saludable, desplazamientos a pie o en bicicleta, ejercicio físico al aire libre, horas para el descanso…

En definitiva, una actitud vitalista en la que preservemos nuestros bienestar y el de quienes nos rodean contribuye a reducir los niveles de ecoansiedad.